Podemos descomponer al sistema social en subsistemas (económicos, políticos, culturales, religiosos, territoriales, etc.), que se relacionan entre sí y con el resto del ecosistema mediante una compleja red de “información/acción/información”. Los grupos humanos, desde su perspectiva cultural y de organización social y económica, ponen en juego “depósitos” de información para desarrollar acciones, de las cuales a su vez, obtendrán información. De este modo, las políticas públicas puestas en marcha hasta la década de los setenta contenían información para modificar el ambiente regional, y fueron impulsadas con esa intención[1], sin considerar el impacto de esos cambios. Estas políticas se basaban en el concepto económico de recursos renovables que concebía a la naturaleza con una capacidad infinita de recuperación.

Subrayamos la importancia que la información manejada por los sistemas sociales humanos tiene como elemento transformador, para el deterioro o para la restauración. Esto significa que la acción de restauración de las cuencas de la sierra de Santa Marta tendría que poner énfasis en el tipo y calidad de información que pone en juego, porque ésta orientará el tipo de acciones que se desarrollen. Podemos entonces ver a la información como “energía organizadora”.

El otro elemento de transformación con el que las sociedades humanas se acercan al ecosistema para obtener los productos de su subsistencia y consumo en general, es el trabajo. Esta actividad es la energía humana movilizada, en este caso, para transformar de alguna manera los ecosistemas, ya sea para extraer de ellos bienes y servicios, o para intentar restituir equilibrios perdidos. El trabajo ‘contiene’ información ordenada y clasificada que al realizarse (siempre desde la perspectiva cultural de cada grupo humano o sociedad) puede contribuir al deterioro o a la restauración ambiental. Convertir esto último en un círculo virtuoso requiere de la conciencia humana de que se forma parte de  de niveles de organización del ecosistema. Finalmente, en este mismo sentido, la tecnología es síntesis de información y trabajo, y tiene la finalidad de multiplicar el efecto o impacto del trabajo y la información contenida en él.

La resiliencia ecológica implica la puesta en juego de la mayor cantidad posible de niveles de organización. Si asumimos que, como parte del ecosistema, la interacción humana puede considerarse parte de niveles de organización, entonces la resiliencia de los ecosistemas pasa por considerar la capacidad social para tomar los acuerdos y arreglos necesarios para la recuperación de los equilibrios previos, a través de flujos de información, trabajo, tecnología y/o de insumos, considerando el impacto que la acción humana tiene en el ecosistema global. (FOLKE, Carl., et al. 2002.)

En la propuesta de recuperación ambiental los espacios, las decisiones y los acuerdos constituyen niveles de complejidad necesarios para la restauración, y el trabajo que “materializa” esas decisiones contiene la información necesaria para la recuperación de ecosistemas. El trabajo es energía que la sociedad humana puede aportar para su interacción ecológicamente eficaz con el resto de los componentes del ecosistema. Es necesario considerar que los grupos de pobladores de la sierra de Santa marta que interactúan directamente con la naturaleza se mantienen en precarias condiciones de vida[2](los municipios indígenas participantes han sido clasificados entre los de mayor marginación en el país), y que los recursos disponibles, vistos desde ámbitos urbanos como urgentes de conservar, constituyen medios de vida de familias frecuentemente en condición de pobreza extrema. Ello implica que el cambio de uso del suelo (de agropecuario a agroforestal) requiere trabajo y requiere financiamiento y estrategias de sostenimiento económico y vinculación de actores involucrados. También necesita considerar las prácticas productivas y culturales locales, y adaptar a ellas las estrategias de conservación. Consideramos que si durante más de dos décadas se financió el desmonte y el ganado, ahora deberia invertirse en recuperar lo perdido y conservar lo poco que todavía queda.

Referencias

Como ejemplo de esto podemos mencionar la frase “Que solo los caminos queden sin sembrar” usada en diversas campañas agrícolas gubernamentales en México y otros países[2]Los municipios de Mecayapan y Soteapan se encuentran entre los municipios considerados con “muy altos” índices de marginación por el Consejo Nacional de Población (CONAPO). Tatahuicapan se ubicó entre los municipios con un índice “alto”.